Morelia,Mx
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¿Quién y qué es Dios?
Dios es, en esencia, la Fuente Universal y es también el Flujo de Vida, permanente y continuo, que, a la vez, brota de la misma Fuente y que es, constituye y engloba toda la Creación y toda existencia.
No es que ese flujo alimente, mantenga y sostenga solamente toda forma de vida y conciencia que se proyecte de una dimensión a otra, sino que toda forma existencial es, en sí misma, componente y partícipe de este flujo energético y divino, por lo que absolutamente todo forma parte de Dios y es Dios vivo al mismo tiempo.
Es, por esto mismo, por lo que se alcanza la visión de que Dios reside en todo lo creado, visible o no visible, pasándose por alto en muchas ocasiones que cada ser es parte divina, magistral e insustituible de ese bello mosaico sublime, eterno y siempre en continuo movimiento evolutivo que es el mismo Dios.
Se acaba llegando a la misma conclusión con la que se esbozaba el marco conceptual del Amor. Amor es la energía del Todo y, por tanto, Amor es la energía de Dios, y, asimismo, Dios es Amor.
Será, entonces, como en la medida en la que se accede a ciertos estados de conciencia, más evolucionados en la Luz y en el Amor, es cuando se comienzan a alcanzar las primeras certezas, indicios e inspiraciones relativas a este Flujo de Vida que une y engloba todo lo creado, y que establece la Unidad del Todo y en todo.
No pasan desapercibidas las metáforas utilizadas para intentar exponer y explicar la naturaleza de Dios, la de su divinidad y la de todas sus criaturas.
Conocida es la metáfora del aire, en el cual todos sus átomos (los de oxígeno, los de nitrógeno, etc.) forman parte de un todo inmenso, compacto e indisoluble. Del mismo modo pasa con Dios como realidad y verdad formada por toda la Creación, en la cual cada ser, partícula, energía o conciencia está perfectamente integrado en ese todo que es Dios. Dios es su Creación y, a la vez, la Creación es Dios vivo.
Ni tampoco cae en el olvido la comparación con el vasto océano, en el que cada una de las gotas de agua que lo conforman presenta la misma naturaleza y propiedades de todo el conjunto. Si bien no se podría afirmar que una de estas gotas es el océano, sí cabría asentir que cualquiera de ellas es océano. Lo mismo se podría referir con cualquier creación, indicando que ella es Dios mismo por su condición y naturaleza semejante con el Creador.
Por eso, los Mensajes Canalizados insisten en reseñar no solo la divinidad de todos los seres, sino que todos obedecen a encarnaciones de Dios mismo en continua evolución y descubrimiento en cualquier punto del marco de espacio-tiempo donde estas lleguen a concretarse y, por ello, todos podemos hacer nuestras las expresiones “Yo soy Dios” y “Yo Soy”, por la propiedad intrínseca e inalienable del Espíritu, energía o esencia divina, por la cual, al igual que las partes constituyen el Todo, es decir, el Uno es en el Todo, el Todo es también completamente en cada una de las partes, o sea, el Todo es en el Uno, siendo Unidad y Totalidad estados de conciencia que se alcanzan con la activación del Espíritu interno que habita en cada ser y que procede íntegramente de la misma Fuente de toda Vida.
Por otro lado, es cierto que a Dios se le ha venido asignando tradicionalmente la imagen de un anciano con barba blanca que, no hace tantos años, lo revestían con un carácter serio, enfadado e, incluso, castigador, atributos que, desde este incremento de energía en el planeta y la expansión de los niveles de conciencia en la Humanidad, han ido sustituyéndose por otros, hasta el momento, inéditos en su figura para la mayoría, como su naturaleza andrógina, Padre y Madre, masculino y femenino, como componentes esenciales de los cuales surge siempre toda creación, y también otras condiciones como acción e intuición, poder y sensibilidad, entre otros perfiles del Amor más incondicional y compasivo, y que, además, se le asigna una existencia en un plano más allá de todo juicio acerca de cualquier aspecto de su Creación, cualquiera de sus obras o referido a algunas de sus criaturas, es decir, nunca juzga, y a las cuales deja en total libertad de experiencias, en concreto, y haciendo mayor énfasis, en lo que respecta a la Tierra, al tratarse de un planeta semilla o dimensión de aprendizaje, en la cual el derecho de libre albedrío es fundamental e indispensable para alcanzar el cometido que se le ha encomendado con las directrices de favorecer y potenciar la evolución de las almas que encarnan en ella.
También habría que añadir a esto que todos los seres de la Creación están acogidos siempre a las leyes divinas que rigen el Universo y que Dios mismo estableció, y que ellos, a su vez, en algún momento de su existencia, aceptaron, asumieron y acataron, y, aunque cuenten con la libertad que el Padre Creador les brinda, todos están sujetos a estas leyes universales de manera inexorable. Cada cual es libre para realizar sus propios actos, pero también el único responsable de todos y cada uno de ellos.
Por ello, el Creador no interviene en los procesos evolutivos colectivos o individuales dando total libertad, sean de la índole que sean, salvo que, de un modo u otro, sea requerida su intervención, mediación o acción, situaciones en las cuales Dios siempre, sin excepción, confluye acudiendo, como por ejemplo para atender demandas o comunicaciones que le sean dirigidas, interviniendo siempre de la mejor manera en que le sea posible, adquiriendo más fácil diligencia aquellas que son expresadas con amor, con toda humildad y con respeto, características propias del lenguaje y comunicación inherentes en el propio Padre Creador.
Se añade la siguiente aclaración al respecto de lo comentado en el párrafo anterior haciendo consideración de ciertos condicionantes que pueden determinar acciones e intervenciones que Dios pueda acometer con relación a los deseos y peticiones de cualquiera de sus hijos, como puede tratarse de ciertas elecciones tomadas antes de encarnar por parte de la propia alma para garantizar su avance evolutivo como ser o ciertas decisiones por la que se optaron en la vida terrestre, tomadas con plena libertad, que resulten, hasta cierto punto, limitantes y dejen poco margen de actuación. En líneas generales Dios no puede ignorar los procesos evolutivos individuales de las almas en encarnación, las causas y los efectos, elecciones y contrastes, conciencia y responsabilidad, y alterarlos o truncarlos de una manera drástica, cortante o brusca, cuando de ello depende el Bien Superior de estas almas, aunque en el olvido o la ignorancia espiritual de sus respectivas encarnaciones en la 3D puedan ser catalogados de dificultosos, injustos o penosos.
Cambiando de tema, también conviene mencionar, obviamente, la capacidad que tiene la Inteligencia o Sabiduría Superior que llamamos Dios para adoptar y presentar, ante el ser humano y ante su propia Creación, cualquier figura o forma que podamos concebir o no, incluida la figura de un ser alto, fuerte, joven, sin aspecto de viejo, y con pelo blanco y barba blanca, tal y como se representa en la imagen expuesta del Padre Eterno, Yahveh, adjunta en estos párrafos, la cual fue aportada y cedida a Carlos Jesús Micael, como ser humano designado en la Tierra, desde las Jerarquías Celestiales para que fuera repartida por todo el Mundo y que muchas curaciones y milagros ha obrado, que, a su vez, puede ser obtenida siendo impresa desde este mismo documento o desde cualquier portal en Internet.
Se incide, así pues, en el matiz de que, entonces, el Todo puede igualmente concentrarse, converger y confluir, si es preciso, en la forma más sencilla, simple y cercana en lo que se pueda referir a poder favorecer y establecer comunicación y contacto en cualquier nivel de existencia, y de que Él puede también expresarse a voluntad, aunque sea a través de una figura o imagen, ya que todo en Él se realiza con Amor, como estado, medio y lenguaje, cualidad en la que todo es posible.
Aunque estos detalles parecen inducir a una forma finita de su Ser acerca de si presenta tal o cual aspecto que pueda ser más o menos ubicado o permitido dentro de los límites del raciocinio de la mente humana, este argumento no obedece en sí mismo más que a una explicación que trata de indicar que Dios puede manifestarse en su Creación adoptando la apariencia que Él mismo pueda considerar en cualquier plano de vida por las razones que, lógicamente, estime convenientes. Es de esta forma, por ejemplo, como el Todo se puede presentar como una parte.
Esto quiere decir que el mismo Hacedor del Todo puede tomar, por ejemplo, figura humana en este planeta sin mayor dificultad, entrando en los parámetros energéticos tridimensionales que conforman la materia y la separación de la misma, y cruzarse, así, con cualquiera de nosotros por la calle sin ir más lejos o llamar a la puerta de nuestra casa con aspecto de anciano, vagabundo, obrero o pedigüeño. Puede adquirir o adoptar la forma de un animal y ser ese perro, pajarillo o paloma que se nos acercó pidiendo algo de afecto, cuidado o un poco de comida; o también el árbol, la flor o la hoja del arbusto que dan sentido con su presencia a nuestros paseos por la naturaleza, por supuesto, sin obviar cualquier objeto inanimado, es decir, ni animal ni vegetal, que igualmente representan formas de vida y conciencia como componentes de la naturaleza, bien de forma directa (una piedra, el aire, un río, el mar, etc.), bien de forma indirecta como derivados (un jarrón, un cuenco, etc.) y que también necesitan de nosotros, de nuestra presencia, de nuestra energía, de nuestro cuidado, de nuestra palabra, y de los cuales, como no puede ser de otra forma, también nosotros estamos necesitados.
Así es como la Entidad Suprema que denominamos Padre-Madre Dios puede tomar una apariencia concreta de manera totalmente intencionada y deliberada, bien para entrar en contacto con alguna parte de la Creación o con alguna de sus criaturas en la dimensión por la que transite, bien para contrastar cierto nivel de evolución y conciencia, bien por el hecho de realizar cierta misión o cierto cometido, bien para vivir alguna experiencia, etc.
Se podría concluir recordando la frase célebre con la que el mismo Padre Eterno aparece definiéndose en muchas citas y pasajes en las escrituras, mensajes y canalizaciones a través de los tiempos concentrando en ella su propia esencia:
“Yo Soy el que Yo Soy”
Extracto de 21 PREGUNTAS
LIBRO DE LA AUTOMAESTRIA
AUTOR: RAFAEL MONTAÑO CARMONA
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¿Quién y qué es Dios?
Dios es, en esencia, la Fuente Universal y es también el Flujo de Vida, permanente y continuo, que, a la vez, brota de la misma Fuente y que es, constituye y engloba toda la Creación y toda existencia.
No es que ese flujo alimente, mantenga y sostenga solamente toda forma de vida y conciencia que se proyecte de una dimensión a otra, sino que toda forma existencial es, en sí misma, componente y partícipe de este flujo energético y divino, por lo que absolutamente todo forma parte de Dios y es Dios vivo al mismo tiempo.
Es, por esto mismo, por lo que se alcanza la visión de que Dios reside en todo lo creado, visible o no visible, pasándose por alto en muchas ocasiones que cada ser es parte divina, magistral e insustituible de ese bello mosaico sublime, eterno y siempre en continuo movimiento evolutivo que es el mismo Dios.
Se acaba llegando a la misma conclusión con la que se esbozaba el marco conceptual del Amor. Amor es la energía del Todo y, por tanto, Amor es la energía de Dios, y, asimismo, Dios es Amor.
Será, entonces, como en la medida en la que se accede a ciertos estados de conciencia, más evolucionados en la Luz y en el Amor, es cuando se comienzan a alcanzar las primeras certezas, indicios e inspiraciones relativas a este Flujo de Vida que une y engloba todo lo creado, y que establece la Unidad del Todo y en todo.
No pasan desapercibidas las metáforas utilizadas para intentar exponer y explicar la naturaleza de Dios, la de su divinidad y la de todas sus criaturas.
Conocida es la metáfora del aire, en el cual todos sus átomos (los de oxígeno, los de nitrógeno, etc.) forman parte de un todo inmenso, compacto e indisoluble. Del mismo modo pasa con Dios como realidad y verdad formada por toda la Creación, en la cual cada ser, partícula, energía o conciencia está perfectamente integrado en ese todo que es Dios. Dios es su Creación y, a la vez, la Creación es Dios vivo.
Ni tampoco cae en el olvido la comparación con el vasto océano, en el que cada una de las gotas de agua que lo conforman presenta la misma naturaleza y propiedades de todo el conjunto. Si bien no se podría afirmar que una de estas gotas es el océano, sí cabría asentir que cualquiera de ellas es océano. Lo mismo se podría referir con cualquier creación, indicando que ella es Dios mismo por su condición y naturaleza semejante con el Creador.
Por eso, los Mensajes Canalizados insisten en reseñar no solo la divinidad de todos los seres, sino que todos obedecen a encarnaciones de Dios mismo en continua evolución y descubrimiento en cualquier punto del marco de espacio-tiempo donde estas lleguen a concretarse y, por ello, todos podemos hacer nuestras las expresiones “Yo soy Dios” y “Yo Soy”, por la propiedad intrínseca e inalienable del Espíritu, energía o esencia divina, por la cual, al igual que las partes constituyen el Todo, es decir, el Uno es en el Todo, el Todo es también completamente en cada una de las partes, o sea, el Todo es en el Uno, siendo Unidad y Totalidad estados de conciencia que se alcanzan con la activación del Espíritu interno que habita en cada ser y que procede íntegramente de la misma Fuente de toda Vida.
Por otro lado, es cierto que a Dios se le ha venido asignando tradicionalmente la imagen de un anciano con barba blanca que, no hace tantos años, lo revestían con un carácter serio, enfadado e, incluso, castigador, atributos que, desde este incremento de energía en el planeta y la expansión de los niveles de conciencia en la Humanidad, han ido sustituyéndose por otros, hasta el momento, inéditos en su figura para la mayoría, como su naturaleza andrógina, Padre y Madre, masculino y femenino, como componentes esenciales de los cuales surge siempre toda creación, y también otras condiciones como acción e intuición, poder y sensibilidad, entre otros perfiles del Amor más incondicional y compasivo, y que, además, se le asigna una existencia en un plano más allá de todo juicio acerca de cualquier aspecto de su Creación, cualquiera de sus obras o referido a algunas de sus criaturas, es decir, nunca juzga, y a las cuales deja en total libertad de experiencias, en concreto, y haciendo mayor énfasis, en lo que respecta a la Tierra, al tratarse de un planeta semilla o dimensión de aprendizaje, en la cual el derecho de libre albedrío es fundamental e indispensable para alcanzar el cometido que se le ha encomendado con las directrices de favorecer y potenciar la evolución de las almas que encarnan en ella.
También habría que añadir a esto que todos los seres de la Creación están acogidos siempre a las leyes divinas que rigen el Universo y que Dios mismo estableció, y que ellos, a su vez, en algún momento de su existencia, aceptaron, asumieron y acataron, y, aunque cuenten con la libertad que el Padre Creador les brinda, todos están sujetos a estas leyes universales de manera inexorable. Cada cual es libre para realizar sus propios actos, pero también el único responsable de todos y cada uno de ellos.
Por ello, el Creador no interviene en los procesos evolutivos colectivos o individuales dando total libertad, sean de la índole que sean, salvo que, de un modo u otro, sea requerida su intervención, mediación o acción, situaciones en las cuales Dios siempre, sin excepción, confluye acudiendo, como por ejemplo para atender demandas o comunicaciones que le sean dirigidas, interviniendo siempre de la mejor manera en que le sea posible, adquiriendo más fácil diligencia aquellas que son expresadas con amor, con toda humildad y con respeto, características propias del lenguaje y comunicación inherentes en el propio Padre Creador.
Se añade la siguiente aclaración al respecto de lo comentado en el párrafo anterior haciendo consideración de ciertos condicionantes que pueden determinar acciones e intervenciones que Dios pueda acometer con relación a los deseos y peticiones de cualquiera de sus hijos, como puede tratarse de ciertas elecciones tomadas antes de encarnar por parte de la propia alma para garantizar su avance evolutivo como ser o ciertas decisiones por la que se optaron en la vida terrestre, tomadas con plena libertad, que resulten, hasta cierto punto, limitantes y dejen poco margen de actuación. En líneas generales Dios no puede ignorar los procesos evolutivos individuales de las almas en encarnación, las causas y los efectos, elecciones y contrastes, conciencia y responsabilidad, y alterarlos o truncarlos de una manera drástica, cortante o brusca, cuando de ello depende el Bien Superior de estas almas, aunque en el olvido o la ignorancia espiritual de sus respectivas encarnaciones en la 3D puedan ser catalogados de dificultosos, injustos o penosos.
Cambiando de tema, también conviene mencionar, obviamente, la capacidad que tiene la Inteligencia o Sabiduría Superior que llamamos Dios para adoptar y presentar, ante el ser humano y ante su propia Creación, cualquier figura o forma que podamos concebir o no, incluida la figura de un ser alto, fuerte, joven, sin aspecto de viejo, y con pelo blanco y barba blanca, tal y como se representa en la imagen expuesta del Padre Eterno, Yahveh, adjunta en estos párrafos, la cual fue aportada y cedida a Carlos Jesús Micael, como ser humano designado en la Tierra, desde las Jerarquías Celestiales para que fuera repartida por todo el Mundo y que muchas curaciones y milagros ha obrado, que, a su vez, puede ser obtenida siendo impresa desde este mismo documento o desde cualquier portal en Internet.
Se incide, así pues, en el matiz de que, entonces, el Todo puede igualmente concentrarse, converger y confluir, si es preciso, en la forma más sencilla, simple y cercana en lo que se pueda referir a poder favorecer y establecer comunicación y contacto en cualquier nivel de existencia, y de que Él puede también expresarse a voluntad, aunque sea a través de una figura o imagen, ya que todo en Él se realiza con Amor, como estado, medio y lenguaje, cualidad en la que todo es posible.
Aunque estos detalles parecen inducir a una forma finita de su Ser acerca de si presenta tal o cual aspecto que pueda ser más o menos ubicado o permitido dentro de los límites del raciocinio de la mente humana, este argumento no obedece en sí mismo más que a una explicación que trata de indicar que Dios puede manifestarse en su Creación adoptando la apariencia que Él mismo pueda considerar en cualquier plano de vida por las razones que, lógicamente, estime convenientes. Es de esta forma, por ejemplo, como el Todo se puede presentar como una parte.
Esto quiere decir que el mismo Hacedor del Todo puede tomar, por ejemplo, figura humana en este planeta sin mayor dificultad, entrando en los parámetros energéticos tridimensionales que conforman la materia y la separación de la misma, y cruzarse, así, con cualquiera de nosotros por la calle sin ir más lejos o llamar a la puerta de nuestra casa con aspecto de anciano, vagabundo, obrero o pedigüeño. Puede adquirir o adoptar la forma de un animal y ser ese perro, pajarillo o paloma que se nos acercó pidiendo algo de afecto, cuidado o un poco de comida; o también el árbol, la flor o la hoja del arbusto que dan sentido con su presencia a nuestros paseos por la naturaleza, por supuesto, sin obviar cualquier objeto inanimado, es decir, ni animal ni vegetal, que igualmente representan formas de vida y conciencia como componentes de la naturaleza, bien de forma directa (una piedra, el aire, un río, el mar, etc.), bien de forma indirecta como derivados (un jarrón, un cuenco, etc.) y que también necesitan de nosotros, de nuestra presencia, de nuestra energía, de nuestro cuidado, de nuestra palabra, y de los cuales, como no puede ser de otra forma, también nosotros estamos necesitados.
Así es como la Entidad Suprema que denominamos Padre-Madre Dios puede tomar una apariencia concreta de manera totalmente intencionada y deliberada, bien para entrar en contacto con alguna parte de la Creación o con alguna de sus criaturas en la dimensión por la que transite, bien para contrastar cierto nivel de evolución y conciencia, bien por el hecho de realizar cierta misión o cierto cometido, bien para vivir alguna experiencia, etc.
Se podría concluir recordando la frase célebre con la que el mismo Padre Eterno aparece definiéndose en muchas citas y pasajes en las escrituras, mensajes y canalizaciones a través de los tiempos concentrando en ella su propia esencia:
“Yo Soy el que Yo Soy”
Extracto de 21 PREGUNTAS
LIBRO DE LA AUTOMAESTRIA
AUTOR: RAFAEL MONTAÑO CARMONA
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