miércoles, 3 de diciembre de 2014

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sharing:

 

El misterioso Yo Superior. I

 
Remoto y sin embargo cerca, longevo, solitario,
Omnisciente, desconocido, inexcrutable,
Las manos plegadas en ademán inmutable,
Él se sienta en el interior de su santuario.

G. P. WILLIAMSON
Santos y sabios, pensadores y filósofos, sacerdotes e investigadores científicos han tratado, durante siglos, de comprender la naturaleza enigmática del alma humana. Y descubrieron que el hombre es un ser paradójico, capaz de descender a los más profundos abismos de maldad e igualmente capaz de subir hasta las cumbres más sublimes de nobleza. Descubrieron dos criaturas dentro de su pecho: una relacionada con los demonios, la otra con los ángeles. El hombre está tan admirablemente constituido que puede desarrollar en su naturaleza, por igual, tanto lo que es más admirable como lo que más de reprensible hay en la vida.

¿Somos simples trozos de materia animada? ¿No tiene el hombre un origen más elevado que el de la carne?

¿0 somos entidades espirituales, que salimos brillantes y radiantes del seno de Dios, y que estamos alojadas y limitadas temporalmente en nuestros cuerpos?

¿ Somos muchos creen, nada más que simios mejor dotados, ex monos con feos rasgos que revelan nuestra ascendencia, o somos, como suponen los menos, ángeles degenerados? ¿Vamos a ser las desvalidas presas del tiempo? ¿Es que sólo estamos destinados a ocupar un espacio muy breve, un oscuro rincón en la tierra, para desaparecer después?

“Cuando miro a mi alrededor, en todos lados veo disputas contradicción, distracción. Cuando vuelvo los ojos hacia el fondo de mí, sólo veo duda e ignorancia. ¿Qué soy? ¿De dónde proviene mi existencia? ¿A qué condición deberá regresar? Estoy confundido ante esos interrogantes. Empiezo a imaginarme rodeado de la más profunda oscuridad por todos lados”, escribió el escéptico pensador escocés, David Hume.

¿Es posible para nosotros encontrar las respuestas exactas a estas inquietante cuestiones? El hombre lanza tales preguntas al rostro de la vida y espera... espera... pero no halla respuesta hasta que baja al fondo de la tumba. Sin embargo, los dioses han concedido inteligencia al hombre, facultad que le permite descubrir la verdad sobre su propio ser, aunque pueda fracasar al enfrentar el gran enigma del universo.

Tales son los enigmas vitales que han intrigado a los sabios de sesenta generaciones y que intrigarán a muchas más. Las mentes más inteligentes, las plumas más capaces y los labios más elocuentes se han ocupado de estos oscuros enigmas; pero la humanidad busca todavía a tientas las respuestas.

El hombre —una figura vacilante y desesperada— marcha tambaleante por los yermos del mundo y ríe cínicamente ante el nombre de Dios. Pero la desesperación es la castigada hija de la ignorancia.

Dios ha impuesto un trozo de luz verdadera en el corazón de cada niño que nace, pero esa luz debe ser develada. La hemos envuelto con las oscuras envolturas que nos ciegan, y debemos descubrirla. Ningún clamor que surge desde las profundidades de un corazón sincero se da en vano, y si la Plegaria es justa, la responderá el dios que hay en el propio corazón.

El hombre común estira sus tentáculos hacia la Vida, buscando algo que no entiende del todo. Apenas sabe que cuando comience a aplicar su inteligencia a la solución de su propio problema —él mismo—, automáticamente los problemas paralelos de Dios, la Vida, el Alma, la Felicidad, y demás, serán resueltos.

La raza blanca ha vagado por toda la superficie de la tierra en busca de nuevas Américas, hasta que ya no existe prácticamente un trozo de tierra en donde no haya posado la planta. Y sin embargo, yo me propongo señalar aquí la existencia de un nuevo mundo, explorado por unos pocos, pero ignorado por la mayoría. No hace mucho tiempo que los geógrafos negaban la existencia de una buena parte de este mundo habitado por ellos; el espacioso concepto de América estuvo colocado una vez entre las cosas que promovían a risa.

Así también ha sido el caso con la común noción de lo que podemos ver al presente en el hombre —su forma corpórea— representa todo lo que él es y todo lo que llegará a ser. Los gusanos se deleitarán con todo lo que somos, y no meramente con nuestros cuerpos. Esta idea es muy desagradable y, sin embargo, muchos, si no la mayoría, la consideran verdadera y ven como algo ridículo la posibilidad de la supervivencia después de la muerte. Mueven la cabeza y afirman no entender el misterio del espíritu, pero aceptan con facilidad la materia, cuya naturaleza íntima es apenas menos misteriosa.

Es mi propósito demostrar que esas personas se equivocan cuando aceptan la condición normal de la mente humana como la última etapa de su desarrollo. Es verdad que en el hombre hay senderos fangosos donde se arrastran extrañas y viles criaturas. Pero también existen lugares radiantes donde el alma toma alas rápidamente. El psicoanalista que sólo busca los primeros… encuentra también los segundos.

Extracto de PAUL BRUNTON - EL SENDERO SECRETO
Una Técnica para el Descubrimiento del Yo Espiritual en el Mundo Moderno

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El misterioso Yo Superior. II


A través de las tradiciones verbales que provienen de nuestros más remotos antepasados, a través de toda la literatura del mundo, tan antigua como los rudos manuscritos de los pueblos orientales y presentes también en los últimos productos de la prensa diaria, ha habido siempre una extraña y persistente alusión a otro yo dentro del hombre. No importa qué nombre se haya dado a este misterioso ser, alma o aliento, espíritu o fantasma. Por cierto, no existe otra doctrina en el mundo que posea tan remotamente un ancestro intelectual como este. Todos saben que existe un límite fijo dentro del cual puede funcionar la conciencia humana. No todos saben que siempre si ha habido algunos hombres intrépidos quienes para sí mismos han realizado el papel del Rey Canuto... ordenando a las turbulentas aguas del pensamiento retroceder hasta que la conciencia cruza el límite normal y se encuentra en los mundos libres del espíritu.

Las declaraciones de las experiencias realizadas por los videntes espirituales a través de los tiempos deben ser encaradas. O son charlatanerías de lunáticos irresponsables, o las suyas son palabras de tal importancia como para hacer vacilar las actuales bases materialistas de nuestra vida.

No creo que nos ayude mucho el tratar de averiguar el origen de esta doctrina, porque la verdad puede surgir en una multitud de cerebros en todo el mundo, y la inspiración común es la misteriosa Fuente donde nace todo pensamiento. A veces podemos aprender lecciones más verdaderas estudiando la naturaleza que estudiando los libros. Un hombre contempló una vez a un gusano taladrando un agujero en un trozo de madera. Esta simple observación le enseñó el principio de los túneles. Hoy día, gracias a la intuición de ese hombre, los trenes corren bajo los ríos y atraviesan montañas de sólidas rocas... Fue así que los primeros videntes atentos a los vagabundeos del pensamiento dentro de su propias mentes, descubrieron que algo entraba en acción el pensamiento se detenía momentáneamente. Ese “algo” fue la primera y débil insinuación del alma. Así nació la ciencia del descubrimiento del alma y los antiguos empezaron a enseñar a los hombres cómo se podía conocer la verdad acerca de ellos mismos.

En casi todas las civilizaciones precristianas se comunicó este conocimiento de diferentes modos, en Sumeria, Babilonia, Caldea, China, Persia, India, México, entre los indios norteamericanos, los mayas centroamericanos y los desventurados aztecas e incas; aparece también en la fraternidad esenia entre los judíos y entre los agnósticos de las ciudades orientales del Mediterráneo.

Entre las majestuosas ruinas que esbozan el rostro de la Grecia de nuestros días se levanta un amplio edificio sin techo, de ruinosas paredes y columnas rotas. Es todo lo que queda del lugar donde una vez se celebraron los festivales de los Misterios Eleusinos, con pompa y reverencia, bajo la égida de Atenas. Muy pocos entienden hoy lo que sucedía detrás de las paredes de ese santuario. La iniciación en estos misterios era considerada asunto de gran importancia para los antiguos, aunque nosotros los modernos apenas intuimos su significado. Hombres como Alejandro de Macedonia y Julio César no vacilaron en someterse a esta experiencia sublime e inolvidable, y de ella salieron fortalecidos, dispuestos a cumplir con más conciencia el papel que el destino les había señalado; tal fue la grandeza del conocimiento que llegó a ellos detrás de puertas bien cerradas y guardadas.

Cuando las epifanías de los Misterios Griegos concluían, las ultimas palabras oídas por el iniciado eran: La Paz sea contigo. Y eran escritas por los mismos iniciados, quienes, apenas volvían a su camino por la vida lo hacían con el alma calmada y la mente serena. La iniciación no era nada más, realmente, que entrar en conciencia de lo que era el candidato en sí mismo. Completaba la formación del hombre y todos los que no hubieran pasado por la iniciación eran sólo hombres a medias. Algunos fragmentos de lo que se enseñaba en esos viejos templos están en estos textos, pero he procurado formular esas viejas verdades en un lenguaje que pueda atraer al hombre actual y desde el punto de vista de la vida práctica. La clave de todo el problema de esta antigua institución de los Misterios fue dada por Plutarco cuando dijo: “En el momento de la muerte el alma pasa por las mismas impresiones que las experimentadas por los que se inician en los grandes Misterios.”

Los eruditos no han podido llegar a una conclusión definitiva sobre el verdadero propósito de la Gran Pirámide, esa enorme construcción cuyo interior refleja la quietud eterna de los desiertos de Egipto. Como en los últimos tiempos, los ritos funerarios de los faraones se celebraban allí, los historiadores llegaron a la conclusión natural, aunque errónea, de que esta construcción maravillosa había sido planeada para ser una tumba gigantesca.

Su verdadero propósito era infinitamente más elevado. Aquí venían los candidatos a la experiencia mística llamada iniciación, experiencia por la cual podían obtener alivio temporario de la carga del cuerpo y sus limitaciones, y entrar en contacto con ese otro-yo que está dentro del hombre, entre otras cosas. Esta experiencia se cumplía con ayuda de una agencia externa, por medio de los poderosos poderes de los sumos sacerdotes de ese tiempo.

Yendo al Museo Británico se podrá ver una gigantesca figura de piedra, llevada allí hace muchos años por un navío procedente de la Isla Oriental, en la costa de Sud África. Si se examina el reverso de esta efigie se encontrará claramente marcada una cruz. Es idéntica a la Cruz de la Vida, o Cruz Ansata, que aparece frecuentemente en las antiguas imágenes egipcias como llevada en manos de las deidades, y a que frecuentemente se refieren como a la llave de los misterios. Esta no es una mera coincidencia, sino un hecho significativo que demuestra que la iniciación a los Misterios no era desconocida a través del Atlántico.

Existe en la América Central una estructura curiosamente similar aunque interiormente difiera a la pirámide egipcia, que se empleó también para la realización de ceremonias místico-religiosas. Los misteriosos acontecimientos que tuvieron lugar en una se repitieron en la otra, y lo que ocurría en Templo Griego Eleusiano no era muy diferente en resultado a lo que ocurría en los otros dos puntos. Había grados distintos de iniciación, pero los candidatos que lograban pasar el primer grado tenían temporalmente un nuevo mundo abierto ante ellos, y regresaban al mundo como hombres y mujeres transformados, porque temporalmente habían tocado su yo oculto.

Si tal experiencia fue posible en el siglo XX antes de Cristo, es posible también que pueda ocurrir en el siglo XX después de Cristo. La naturaleza fundamental del hombre no ha cambiado durante el intervalo. Es cierto, sin embargo, que se llegaba más fácilmente a la experiencia en aquellos lejanos días, porque la vida era entonces más tranquila y menos complicada.

¿No será este secreto yo nada más que la loca fantasía o la vaga quimera de unos cuantos hombres famosos acerca de los cuales nos hablan el tiempo y la historia? ¿No tiene esta larga cadena de tradición espiritual otros eslabones de una substancia más fuerte que la superstición? Y sin embargo estos enigmas que nos intrigan también intrigaron a Babilonia, para citar el ejemplo de una temprana civilización. Si hubo en aquella época hombres sabios que llegaron a una solución que estaba esencialmente de acuerdo con la solución dada por los sabios de la India, china, Egipto, Grecia y Roma, vale la pena investigar esta solución. El resultado de tal investigación servirá para acentuar nuestra posición presente y debilitar la posición de ellos, o para debilitar nuestras creencias actuales preferidas y confirmar las doctrinas de los antiguos. Y la única clase de investigación que puede sernos de utilidad en esta indagación es una de naturaleza práctica.

Me he tomado el trabajo de realizar tal investigación, aunque no sin dificultades y, como consecuencia, me he visto forzado a reconocer que la sabiduría de los antiguos no es una cosa totalmente fantástica. He descubierto en verdad que sus doctrinas, en lugar de pertenecer a la moneda falsa de los soñadores, contienen muchas cosas que nosotros, los que vivimos y trabajamos en el ruidoso mundo, debemos reconocer.

La mente moderna no se preocupa por recurrir a los famosos pensadores de la antigüedad para resolver sus problemas. Es por ello que pierde mucho. Es posible que las meditaciones de esos antiguos sabios puedan dar muchos frutos a los estudiantes modernos. Podemos intentar cortar todo vínculo con las grandes filosofías del pasado, pero, como están basadas en los principios eternos en los que se basa todo pensamiento verdadero, nos vemos obligados a volver a ellas. La filosofía pierde su poder cuando los demasiado intelectualizados la reducen a meras discusiones; volverá al lugar que le corresponde cuando las almas sofisticadas de hoy despierten a la necesidad de una visión más esclarecida que la presente y confusa enseñanza puede ofrecer.

En el hombre hay algo más de lo que se registra aparentemente en ordinarias impresiones. Los descubrimientos de la psicología anormal nos hacen extrañas insinuaciones, confirmadas por los interminables relatos de la experiencia mística. ¿Qué es esa supremacía en el hombre que le permite concebir bellos ideales y alentar grandes pensamientos? ¿Qué presencia espiritual dentro del corazón lo hace apartarse de la existencia meramente terrena y crea una lucha constante entre el ángel y la bestia que habitan en nuestro cuerpo?

Cuando a los hombres modernos se nos dice que Dios es una mera palabra sobre la que se puede discutir y argumentar un estado de conciencia que podemos advertir aquí y hora en la carne, enarcamos las cejas; cuando algún vidente espiritual nos dice pausadamente que entre nosotros viven hombres que conocen a Dios, nos llevamos un dedo a la sien, significativamente. Finalmente, cuando se nos asegura que llevamos lo divino dentro de nuestros pechos, y que la que divinidad constituye nuestro ser verdadero, nos estiramos y sonreímos con petulancia.

Sin embargo, esto no es una teoría ni es un sentimiento; es un hecho claro y patente para las personas que conocen algo de la percepción espiritual.

Delante de la Esfinge en calma de una enseñanza verdaderamente espiritual, el occidental la contempla sin sentir emoción. Puede construir las máquinas más admirables; puede armar barcos de enormes estructuras; puede transformar nuestros hogares con las maravillas de la electricidad, de la radio, de la electrónica aplicada. Lo que no puede hacer es simple: no puede percibir ni entender el sentido de la vida. La verdad es que las calamidades han caído sobre nosotros y que nos hemos olvidado de quiénes somos. Podemos encontrar nuestro parentezco con el mono; con riqueza de detalles y de pruebas demostramos esta triste ascendencia, pero no podemos recordar nuestro parentesco con el ángel.

Hemos estado muy contentos colocando en los altares de la espiritualidad algunos pocos nombres del remoto pasado, y hemos asignado las profundidades llenas de lodo a la humanidad en general. Olvidamos nuestra propia naturaleza divina. Porque podemos acercarnos a Jesús, ser semejantes a Buda o adquirir la sabiduría de Platón. Pero a menos que creamos esto, apasionadamente, seguiremos hundidos en un estado semejante al de los animales.

¿Qué haces en la vida? Mirar al cielo, exclamar:

¡Yo soy yo, tú eres tú! Y sollozar:

¡ Yo estoy en lo bajo, tú arriba!

Yo soy tú, a quién buscas. Búscate a ti mismo; tú eres yo,
...
¡Oh, hijos míos, habéis adorado a un Dios que yo no soy.
¿Es tan difícil llegar donde estoy?
Buscad en vosotros el lugar ignorado.
Mirad, yo estoy con vosotros.
Id adelante y contemplaos en mí.

C. Swinburne

Extracto de PAUL BRUNTON - EL SENDERO SECRETO
Una Técnica para el Descubrimiento del Yo Espiritual en el Mundo Moderno

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El misterioso Yo Superior. III


Algunos expresarán desdén ante esta filosofía egocéntrica. Responderé entonces, no con mis propias palabras, sino con la inspirada frase del visionario alemán Eckhardt: Dios está en el centro del hombre.

¿Blasfemamos a Dios al desafiar de este modo al yo? Sólo una mente superficial puede acusarnos de tal cosa. Porque la verdadera alma del hombre es la Divinidad; no puede haber blasfemia en tal actitud.

Casi hemos olvidado la existencia del yo espiritual, aunque el yo, en su larga vigilia, jamás nos olvidará.

¿Por qué el hombre se ha visto poseído de la ansiedad religiosa? Porque nos amamos a nosotros mismos; porque inconscientemente ansiamos unirnos con nuestro verdadero yo.

La raza humana tiene una edad que desafía la imaginación. Incontables figuras de hombres, mujeres y niños han aparecido sobre este planeta en eones de tiempo y, después de haber desempeñado su papel, al parecer se han hundí en el sueño eterno. Los intelectos más agudos de nuestro tiempo buscan afanosamente los materiales dejados por razas del ayer, los vestigios de antiguas civilizaciones y los secretos de un pasado desaparecido; pero el visionario puede sonreír ante los esfuerzos admirables y patéticos de reconstrucción intelectual de un pasado infinitamente extendido. Están ahí las pintorescas palabras de Sulpicio a Cicerón:

“Todas las cosas son precipitadas por el implacable decreto de un inmutable Destino en las fauces abiertas del olvido eterno.”

Si seguimos a los videntes y dejamos de lado a los eones, si espiamos en las zonas más oscuras de la prehistoria, llegaremos a un período en el cual el hombre dejó de lado su cuerpo de carne y habitó una forma electromagnética, un radiante cuerpo de éter. Todavía más atrás hubo un cambio en su naturaleza interna, y el hombre dejó de lado todas las pasiones y emociones personales, todos sus sentimientos y deseos, como el miedo, el enojo, el odio, la lujuria y demás. Pero los pensamientos actuaban todavía en su conciencia, surgían como olas en la superficie de su mente y se conectaban con su vida personal. Y podemos retroceder hasta un tiempo en el cual hasta el pensamiento desaparece, y en el que la necesidad de pensar en forma lógica para entenderse no existía. El hombre no sólo no necesitaba la facultad razonadora, sino que ésta se había convertido en un estorbo. Porque el hombre había alcanzado la desnuda condición del “zoísmo” puro.

Toda cuestión puede explicarse acaso mejor diciendo que la raza humana, en el curso de su larga historia, ha superpuesto un segundo yo a la naturaleza individual con la que cada hombre comienza su vida. Este segundo yo es llamado generalmente la personalidad y ha llegado a ser mediante una unión del espíritu y la materia, por medio de una mezclada de partículas de conciencia sacadas del verdadero yo, siempre consciente, con partículas de materia inconsciente, de la cual está formado el cuerpo. Este segundo yo posterior, es el que conocemos cada uno de nosotros, el yo personal; pero el yo primero y verdadero, que existía antes de que el pensamiento y el deseo aparecieran en el hombre, es conocido por muy pocos, es muy sutil y no es aparente, porque nos hace participar a todos de la naturaleza de lo divino. Vive eternamente, se cierne sobre nuestras cabezas, es un atributo angélico de grandeza inimaginable y de misteriosa sublimidad y, por consiguiente, yo lo llamo el Yo Superior.

Detrás del hombre que vemos vive otro hombre a quien no vemos. Detrás de este cuerpo de carne hay una conciencia resplandeciente y sublime.

La doctrina del verdadero yo en el hombre es hermosamente expresada por uno de los antiguos videntes de la India:

“Viendo pero sin ser visto; oyendo sin ser oído; percibiendo sin ser percibido; conociendo sin ser conocido... Éste es tu Yo, el soberano interior, el inmortal.”

El materialista nunca se cansa de decirnos cuan necio es el pálido visionario que trata de apresar las nubes: y el Yo Superior, que también habita en el corazón del burlón, sonríe tolerante ante esta lógica tontería.

Vivimos nuestra verdadera vida en la profundidad de nuestros corazones y no en la máscara superficial que enseñamos al mundo. El habitante vivo es más importante que la casa de piedra.

Paúl Whitman, ese poeta neoyorkino vigoroso y entusiasta, vio la verdad a su manera, un poco confusa, y la expresó de este modo en “Hojas de Hierba”:

Juro que empiezo a ver el significado de estas cosas.

No es la tierra, no es América, con ser tan grande,

Soy yo el grande, o seré grande...

Debajo de todo, los individuos.

Juro que nada que ignora al individuo es bueno para mí...

Toda la teoría del universo va directamente hacia un individuo. .. hacia tí.

Y del poema del mismo Whitman, “Para Ti”:

¡Oh, podría cantar tantas grandezas y glorias sobre tí!

No sabes quién eres; has dormido sobre ti, toda la vida.

No son tú las mofas;

Debajo de ellas, dentro de ellas, te veo acechar.

Quienquiera seas, clama por tí mismo.

Hay momentos memorables en nuestras vidas cuando recibimos señales del Yo Superior de que es posible para el hombre una existencia más elevada. En tales momentos la cara de la vida no está cerrada y penetran en ella los débiles rayos del alba. Sabemos entonces que los sueños del alma pueden realizarse, que el Amor, la Verdad y la Felicidad nos pertenecen por derecho, ¡ay!, la hora breve pasa y con ella nuestra fe. ¿No pueden servirnos de nada esos brillantes vislumbres de una existencia divina? Dejémoslos que permanezcan como “columnas de nubes durante el día, columnas de fuego durante la noche”, para guiarnos en la desolación de los tiempos modernos.

Esas débiles e impalpables intuiciones que llegan al hombre en sus mejores momentos son vagos balbuceos del gran Yo dentro de sí mismo. El llamado espiritual trata eternamente de hacerse oír en el corazón del hombre, pero nosotros no escuchamos. Los impulsos espirituales que surgen en el corazón de los mejores hombres son la mejor prueba de las elevadas posibilidades de la raza.

¿El hombre, tal como es realmente, y como ha sido eternamente y lo seguirá siendo, es un ser espiritual. La vida en el cuerpo físico no niega la verdad de esta afirmación. Los sentidos materiales mantienen al hombre bajo una sugestión hipnótica y, como son muy reales, a su manera hacen que el hombre los confunda con su verdadero yo. El cielo nos rodea, no sólo en los inocentes días de la infancia, sino en todo momento de la existencia, aunque no lo sepamos. Algunos pocos están cerca de esta verdad e inconscientemente esperan el momento milagroso del reconocimiento. Basta que se les hable de ello con el tono apropiado para que la esperanza ilumine sus almas. Esa esperanza es la voz silenciosa del Yo Superior.

Resulta un tanto irónico que el mismo yo del hombre —su verdadera naturaleza— se haya convertido en un secreto en nuestros días.

El hombre recorre solo los polvorientos caminos de la vida como aquel buscador antiguo que pasó años vagando en tierras extrañas, en busca de un tesoro raro del que había oído hablar, mientras que, en todo ese tiempo, era buscado como el heredero de una gran fortuna. Escondida entre los pliegues de nuestra propia naturaleza existe una joya rara, aunque lo ignoremos. Nadie se ha atrevido a ponerle precio, y a nadie se le ocurrirá hacerlo nunca, porque su valor está por encima de todas las cosas conocidas.

Debemos tratar, entonces, de buscar al Yo Superior, recorrer toda la gama de nuestros movimientos íntimos, tanto como podamos. Veremos entonces que el cuerpo y el intelecto no son todo nuestro ser, sino que el Yo Superior es testigo de ambos, es la fuente de completa paz, de inteligencia perfecta y de absoluta inmortalidad.

Nosotros, los de este siglo práctico, tenemos poca confianza en las proposiciones abstractas. Siempre desconfiamos de los pensamientos que nos alejan del mundo concreto. Desconfiamos y negamos los sistemas teóricos que parecen sostenerse en el aire.

Se me preguntará:

—¿Posee usted algún método práctico para llegar al conocimiento de ese yo al que elogia tanto? ¿O es la suya una doctrina especulativa que podrá servir de ornamento a la fachada de la metafísica, pero que no tiene utilidad para los hombres que trabajan, viven, aman y sufren? ¿No será acaso una fantasía onírica, incapaz de enfrentar las torvas realidades de la vida ciudadana moderna?

Y de este modo, sin agregar más, expondré al lector un método de investigación que, si desea, puede seguir, y el cual llevado a un buen éxito, podrá responder convincentemente a las inquietantes preguntas que una vez me preocuparon y pueden preocuparle a él ahora.

Extracto de PAUL BRUNTON - EL SENDERO SECRETO
Una Técnica para el Descubrimiento del Yo Espiritual en el Mundo Moderno

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